En los círculos donde el tema escénico se vive como pulsión y necesidad vital, preocupa la situación que rodea a la COVID, con la avalancha de cancelaciones que implica. Somos conscientes que la situación es extrema. Después de Navidad, está habiendo un índice de contagios elevadísimo. Parece que tampoco debe de estar ayudando la introducción de la cepa británica del virus. ¿Cómo lo podemos saber? Todo esto resulta muy complicado. En cualquier caso, los médicos, los virólogos y los epidemiólogos son los que marcan la pauta, las medidas que conviene seguir. Y son los políticos, en primer lugar, quienes toman decisiones. Y los gestores y técnicos culturales, después, los que acaban ejecutando esas medidas.

Los profesionales del teatro vivimos una doble pandemia: por un lado, la que se nos está llevando personas queridas. Por otro lado, la pandemia de las cancelaciones, la que dinamita un sector profesional que ya estaba acostumbrado a caminar por campos minados y a lo efímero de los objetivos logrados, pero que no estaba preparado para no poder ejercer su profesión. Ni desde los Ministerios de Cultura o Sanidad, ni desde las Conselleries equivalentes en la Generalitat Valenciana, han expresado –de momento- tener intención de cerrar las salas de exhibición escénica. Porque lo hemos hecho bien. No ha habido contagios en los teatros. Mascarillas, gel hidroalcohólico, distancias, aforos reducidos, protocolos de entrada y salida. Todo. Porque nos jugábamos la continuidad, la vida: ahora más que nunca.

Con todo, y a pesar de estas pruebas indiscutibles, se produce últimamente un fenómeno duro y difícil de gestionar: muchos teatros están anulando funciones e, incluso, estrenos, con la cantidad enorme de consecuencias que hay detrás. Aplazar un estreno implica que, como compañía profesional, no podemos empezar a recuperar la inversión que hemos hecho en producción: sueldos, seguros sociales, alquileres, contrataciones, escenografía, y un largo etcétera que cuando lo explícitas ante los amigos, hace que su expresión facial se llene de muestras de empatía. Porque da miedo -cuando se describe- la cuerda floja por la que anda ahora el sector. Y a cada extremo de la cuerda, una cerilla.

Hay que hacer pedagogía. En ProTea lo tenemos clarísimo. La prueba de que hace falta concienciación es el derrumbe de algunas programaciones teatrales inmediatamente después de la aparición de críticas en redes sociales. Críticas ciudadanas, respetables (¡siempre!), que claman contra la celebración de los eventos culturales, apelando a la ‘’responsabilidad’’, aunque esté probado que se celebran sin riesgo. Es como si ya no hubiera argumentación posible cuando tu interlocutor pone sobre la mesa la pistola de la ‘’primera necesidad’’. El teatro es visto como entretenimiento, solamente, desde siempre. Inciso: de la función social de la cultura no se habla (ni se la espera). En tiempos de pandemia, parece como si no tocara reivindicar, como si tuviera más sentido recomendar que la gente se entretenga solo con Netflix (debe de ser que los actores y los equipos técnicos de las series son inmunes al virus). Y claro, a los artistas se nos cae el mundo encima cuando vemos los aviones ‘’low cost’’ repletos de sardinillas, con mascarilla y el bolso entre las piernas. O los centros comerciales llenos a reventar, y, en cambio, algunos teatros a medio gas, o cerrados. Digo ‘’pedagogía’’ porque opino que esta sociedad en que nos ha tocado nacer -y dónde decidimos vivir- tiene una cuenta pendiente con el valor social del arte. Da envidia (sana) cuando comparas según qué actitudes ‘’nuestras’’ con el concepto que se tiene de las artes escénicas, por ejemplo, en lugares de Sudamérica o por el centro de Europa. Pero no comparemos, que eso está feo.

Y acabo: la Generalitat Valenciana acaba de presentar el plan ‘’RESISTEIX’’, una medida de choque dotada con pasta europea. Una ayuda destinada a los sectores de la cultura, ocio, hostelería y el turismo. 340 millones de euros, bautizados con un imperativo alentador: RESISTE.

¿Cómo? ¿Hasta cuándo? ‘’La respuesta está en el viento’’, que decía el único norteamericano de izquierdas que ha habido. En el viento, o en la vacuna.

Sí, resistimos. Qué remedio. Porque no nos queda otra. Porque cuando decidimos vivir profesionalmente del teatro ya sabíamos que nada sería fácil. Eso sí: tal como decía Joan Fuster: ‘’O ara, o mai’’.

Joan Nave